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Eehm...

¡Hola a todos! Primero: gracias por los emails sobre mis posts. He leído casi todos y les he respondido. Es lindo saber que mis letras llegan a muchos sitios (dos esquinas, mil millas, dos mares más allá) de lo pensado. Prosigo... Este año ha sido súper complejo -por decirle de alguna manera- hasta para respirar. Tengo aún los manuscritos sobre mi única escapadita del año, y no he podido transcribirla. También he sufrido del bloqueo del escritor. Ya saben, esa parálisis que da cuando uno está en su zona cómoda, o le falta emoción, o que se yo. El punto es que el "no-sé-que-escribir" se quedó conmigo una larga temporada este año (si lo sabrán ustedes). A ver, no es que no haya pasado cosas interesantes sobre las cuales reflexionar o plasmar alguna que otra letra, no; es el sentir un vacío perenne a la hora de escribirlo, de transformarlo. Transformar, ésa fue la palabra clave del año. Vale decir que tengo un  compendio de emociones atadas, ocultas en lo más profundo de

¿Igualdad? ¿Qué pokemón es ese?

Parece que las personas olvidan los principios básicos de la naturaleza, y lo digo porque no concibo como es que puede haber discriminación de algún tipo en pleno siglo 21. Tal vez soy una romántica empedernida que cree en el “ Flower Power” , pero ¿es tan difícil para la gente abrir la mente, y dejar que todo sea simple? Porque las cosas son más simples de lo que la humanidad las ve.  Yo como venezolana no concibo cómo existe el racismo en mi país, un país forjado entre la plata, el oro, el indio, el negro y el español. Resultado: mestizaje. Un país donde todos somos “cafés con leche”, “morenito”, o medio “catirrusio ”. Sí, el racismo existe desde que el ser humano entendió qué es el poder y para qué sirve, pero en mi país –lo veo particularmente- estúpido; y más aún cuando creen que se erradicará el racismo con una “Ley Orgánica contra la Discriminación Racial”.